Pocas veces tenemos el privilegio de escuchar o de leer a un gran predicador hablar o escribir con tanta honestidad como lo hace Tim Keller en este artículo que ayer subió en el blog del Redeemer Church Planting Center.
Espero que su lectura cause inquietud en los corazones y deseo de indagar más en la verdad del evangelio hacia la que señala tan acertadamente.
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A menudo me preguntan cómo es que he llegado a estar tan familiarizado con la manera tan sutil en la que el corazón humano tiende a la idolatría.
Al igual que muchos pastores jóvenes, yo solía trabajar demasiadas horas, nunca diciendo "no" a cualquiera que reclamase mi servicio pastoral. Cuando me ofrecían un incremento del salario pastoral, lo rechazaba. Cuando me ofrecían ayuda administrativa, declinaba la oferta. Me sentía bastante orgulloso de ser el tipo de persona que trabaja muy duro, nunca se queja y nunca pide ayuda. Esta postura provocó frecuentes conflictos con mi esposa, quien acertadamente mantenía que lo que yo estaba haciendo era descuidar mi relación con ella y con mis hijos [por aquél entonces, todavía muy pequeños]. Todo ello, también me llevó a tener problemas de salud, aún cuando sólo tenía treinta y pocos años.
A pesar de todo, continuaba sintiendo que la manera en la que estaba viviendo era noble y buena. Creía que estaba comprometido de una forma sacrificial al ministerio de la Palabra. Especialmente, me encantaba poder hacer sacrificios que nadie veía – ni siquiera los miembros de mi iglesia o incluso mi familia. Eso me hacía sentir aún más noble. Si todo esto me causaba, a mí personalmente, algún problema ¿no era entonces [una clara] evidencia de lo realmente devoto que era? [No hay duda de que] me encontraba en una situación muy peligrosa. Mi futuro era de lo más inquietante, aunque yo no era consciente de ello. A corto plazo, este tipo de adicción al ministerio recibe su recompensa de la admiración de la gente a tu alrededor.
Sin embargo, algunos amigos bienintencionados vieron el problema y, literalmente, cayeron sobre mi con todo "el peso de la ley"; mostrándome que estaba incumpliendo los mandamientos de tomar un día de reposo y de honrar a mi familia. Normalmente, yo solía responder añadiendo una serie de cambios que al final no era capaz de mantener. Otros [amigos] utilizaban la técnica moderna de la auto-estima – "Necesitas pensar en ti mismo; necesitas hacer cosas que te hagan feliz." Yo, [simplemente] desdeñaba ese tipo de consejo como algo terriblemente egoísta. Yo, [por supuesto] lo que valoraba era el auto-sacrificio.
No fue hasta que empecé a explorar mi corazón con la categoría bíblica de idolatría que, [entonces], descubrí horrorizado que todo mi supuesto sacrificio no era sino toda una serie de actos egoístas. Estaba usando a la gente con el fin de forjarme un sentido de valor propio. Estaba enfocando la atención hacia lo sacrificado que era mi ministerio para que éste me diera un sentido de "justicia delante de Dios" que sólo debiera encontrar en Jesucristo. La gente hace ídolos del dinero, del poder, de los logros personales o de la excelencia moral. Tratan de encontrar en todas estas cosas "la salvación" – que les den un sentido de pureza, valor y el sentirse aceptados, algo que [en definitiva] sólo Jesús puede dar. En mi caso, yo estaba utilizando el ministerio (y a mi propia gente) en este sentido.
Sin la categoría de lo que es la idolatría – convertir algo bueno en un pseudo salvador—nunca hubiera sido capaz de verme a mi mismo [bajo la perspectiva correcta]. Nada, aparte del concepto de falsos dioses, podría haberme hecho caer del espejismo de [supuesta] virtud y [sentido] de superioridad en el que encontraba atrapado. Doy gracias a Dios por este dramático entendimiento [que me salvó la vida] – aunque todavía continuaré luchando [de por vida] con tal de ir implementando lo que he aprendido.
Fuente: http://www.kerigma.net/
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