La semana pasada tuve una conversación en la que comprendí cuánto ha cambiado la manera como entendemos la palabra “carácter” en nuestra cultura, y cuán lejos se halla del entendimiento bíblico.
Desde una perspectiva bíblica, carácter es el hábito de actuar y reaccionar de una manera santa. Es el producto de caminar con Dios durante un tiempo y responder de manera santa repetidamente. A menudo esto es producto del sufrimiento: pues también nos regocijamos en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, carácter; y el carácter, esperanza (Romanos 5:3-4).
En nuestra cultura, sin embargo, la palabra carácter se ha convertido en sinónimo de personalidad. Mi carácter es la combinación de idiosincrasias que me identifican como diferente a otras personas. Antes decíamos que “un hombre es de buen carácter” queriendo significar a un hombre de integridad y generosidad. Ahora decimos “él es un carácter”, para señalar que es excéntrico, un tanto diferente.
El contraste es más acentuado cuando nos damos cuenta que el carácter moderno se obtiene mediante auto-expresión y se manifiesta en auto-realización, mientras que el carácter bíblico se obtiene mediante auto-negación y se manifiesta en auto-sacrificio (mortificación de la carne).
Timchester.co.uk
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