Los problemas humanos parecen ser cada vez más profundos y diversos en cada generación, a pesar de que la gente busca soluciones desesperadas y mientras más rápidas ¡mejor! Cuán maravilloso sería –dicen muchos- si administraran la pastilla tal o la correcta combinación genética tal para solucionar problemas humanos… Y tales esperanzas son alimentadas por reportes que sugieren que nuestra generación está al borde de alcanzar revolucionarios tratamientos para problemas cerebrales que alguna vez se atribuyeron al alma.
Los creyentes no somos tan simples.
Sabemos que no hemos de aceptar a ciegas todo lo que oímos o leemos como si fuera la verdad única. La información que recibimos sobre el funcionamiento cerebral la procesamos de la misma manera como recibimos cualquier otra información, bien sea de finanzas, paternidad o sobre las causa de la mala conducta: procesamos la información a la luz o bajo la perspectiva de la Escritura.
Y esto requiere ser cuidadosos: pensar, ejercitar una mente espiritual y grandes dosis de oración cuando oímos o evaluamos los últimos descubrimientos científicos sobre el cerebro o el ser humano. Con franqueza, muchos no entienden por qué procedemos así. Piensan que somos “cortos de vista, dinosaurios mentales”, “hechos a la antigüita”, etc.
Muchos creen que los científicos van a sus laboratorios, investigan y luego simplemente publican los resultados en alguna revista especializada. La realidad, sin embargo, es muy diferente. Aunque observaciones y descubrimientos se hallan envueltas en riguroso lenguaje científico, son más que hechos a la hora en que los conocemos. La realidad es que, al igual que cualquier otra información, los informes sobre el cerebro están influenciados por los deseos y las presunciones o pensamientos pre-establecidos de nuestra cultura.
Si un investigador reporta que “el cerebro es un instrumento que participa en o contribuye a la conducta humana”, la persona común concluye “mi cerebro me hizo hacer tal cosa”. Un mensaje distorsionado, que sigue la línea del teléfono que solíamos jugar cuando niños. Esto es lo que oímos del vecino o leemos en los periódicos.
Y aquí está el problema. Algunas veces será legítimo culpar al cerebro de nuestra mala conducta, pero otras veces no. ¿Cómo discernir?
Teología es el lente indispensable para escudriñar resultados, reportes e investigaciones. Por desgracia muchas veces nuestros lentes se hallan nublados, en especial cuando necesitamos valorar las ciencias del cerebro, y no controlan nuestra visión. Otros llegan incluso a quitarse los lentes bíblicos cuando valoran tal o cual investigación.
La estructura teológica de nuestro argumento es sencilla: fuimos creados por Dios como una unidad que contiene al menos dos substancias, espíritu y cuerpo. Esta aseveración teológica es centenaria. Lo nuevo, en esencia, es la aplicación de la teología a algunas preguntas “modernas”. ¡Cultiva una mente espiritual!
BLAME IT ON THE BRAIN? Edward T. Welch
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