Servicio no es una lista de cosas por hacer. Tampoco es un código de ética. Servicio es una forma de vida. Una cosa es actuar como siervo y otra muy diferente ser un siervo.
Está el servicio de guardar la reputación de otros, o de la “caridad”. Pablo enseña a “no hablar mal de nadie” (Tito 3:2). Podríamos envolver nuestra habladuría –difamación- en todas las capas de respetabilidad religiosa que queramos, pero seguirá siendo veneno.
Dominio de la lengua obrará maravillas en nuestro interior.
Tampoco ser cómplices del hablar ligero de otros. Con firme gentileza, no permitas que otros difamen a terceros en tu presencia, enseña a que vayan directamente con la persona ofensora y resuelvan sus asuntos. Guardar la reputación de otros es servicio profundo, que perdurará largo tiempo.
Es un acto de sumisión y de servicio permitir que otros nos sirvan. Es reconocer su “autoridad en el reino” sobre nosotros. Recibir con gracia, de gracia, sin sentir que debemos pagarlo. Aquellos que, en su orgullo, rechazan ser servidos, demuestran falta de sumisión al liderazgo establecido en el reino de Dios.
Está el servicio de la cortesía común. Somos llamados a “ser amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres” (Tito 3:2). Nunca menosprecies los rituales de la cortesía de cada cultura. Los misioneros saben esto muy bien. Algunos pensarán que actos de cortesía carecen de sentido o son hipócritas, pero esto es un mito. Toda cortesía es relevante en extremo.
Decir “gracias”, “por favor”, contestar RSVP, escribir cartas de apreciación, son servicios de cortesía. Los hechos específicos podrán variar según la cultura, pero su propósito será el mismo siempre: reconocer a otros y afirmar su valor.
Interesante, sobre todo como la aparente humildad de Pedro era orgullo disfrazado.
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