Antenoche fuimos invitados a una boda sin ceremonia religiosa, una boda civil a secas. Una ceremonia sencilla y humilde pues los contrayentes eran jóvenes recién graduados de la universidad local, pero que no profesan fe en Dios.
Sin embargo estos jóvenes no pudieron sustraerse al encanto de una marcha nupcial, ni la recitación en prosa del fragmento de 1 Corintios 13 sobre el amor, ni a todos los comentarios escritos por sus invitados en el libro de notas donde les felicitan en nombre de Dios, les desean bendiciones y elevan súplicas para que Dios les guarde en caminos de santidad, perdurables. Hasta la misma juez que presidió la ceremonia no pudo sustraerse a tales palabras.
Y es que el matrimonio es así. Instituido por Dios, autentificado por Dios, utilizado como símbolo de la unión final de
Por cierto, ¿se han dado cuenta que si la novia está bien, la boda es bellísima? Si la novia sale bien en las fotos, todo anda bien. Si la novia muestra alegría, la boda es feliz, etc.
Como si la novia fuera el punto central de una boda.
Y esto es muy revelador. Quiera el Señor encontrarnos fieles y en santidad –para su gloria, a nosotros su Iglesia- en aquel Día Final, en la celebración de las Bodas del Cordero.
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